Hablamos de los beneficios de la música con Mateu Ubach, musicoterapeuta de la Fundación Villavecchia
Dicen que la música llega donde no llegan las palabras, y no es sólo una frase hecha. Nos lo confirma Mateu Ubach, que facilita “tránsitos emocionales a través de la música” a las familias atendidas por la Fundación Villavecchia.
Por un lado, la música es una herramienta que permite suavizar experiencias e intervenciones médicas, evitando ruidos o situaciones que pueden generar angustia. “Por ejemplo, durante un pinchazo, podemos desviar la atención hacia lo musical o rítmico”, nos explica Mateu. Pero con la música se puede ir más allá.
“Propongo transitar por la tristeza o la rabia, emociones que normalmente se evitan. Abro una puerta a prestarles atención durante un tiempo concreto, el tiempo que dura una canción. Les digo: 'Mientras yo toque esta canción, conecta al 100% con tu tristeza'. Esto genera una sensación de seguridad, porque saben que la canción se va a acabar.”
¿Y estas canciones son siempre las mismas? Mateu nos dice que trabaja “con canciones vivas. La melodía cambia y la letra se adapta en función del estado de las personas y de la familia con las que trabajo”.
Combinada con el juego, la música facilita la conciencia de las propias emociones y ayuda a valorar su intensidad. Mateu Ubach nos habla del uso terapéutico que hace de la música: “Utilizo técnicas tanto receptivas (la persona recibe la música sin intervenir) como activas. Estas últimas implican al paciente y a la familia, ya sea cantando, tocando un instrumento, haciendo percusión corporal, etc. También son un vehículo de desarrollo psicomotor. Con el apoyo de los padres, la música y los ritmos ayudan a estimular la motricidad fina, la bipedestración o las habilidades comunicativas. Con estructuras armónicas muy repetitivas, que permiten anticiparse a ellas, es relativamente fácil que los niños se animen a responder y a anticipar la respuesta. Por ejemplo, con niños que tienen secuelas vinculadas al autismo, podemos trabajar con una canción que incluya una acción, como tomar un bolígrafo, dentro de una estructura musical repetitiva”.
La música también ayuda a trabajar las experiencias dolorosas. “Existe una conexión interhemisférica. Creando una melodía, activamente, el paciente está regulándose emocionalmente (le ayuda a regular el hemisferio derecho), y crear una letra ayuda a estimular el hemisferio izquierdo y a conectarlo con el derecho. Es importante, en una experiencia dolorosa, que los dos hemisferios conecten y que esa experiencia pueda ser asumida y narrada.”
Como decíamos al principio, la música llega a donde no llegan las palabras: “Las palabras activan defensas, mientras que la música esquiva las defensas del hemisferio izquierdo”.
Mateu asegura que la música sirve para hacer un transición a otros estados emocionales que ofrezcan más bienestar, pero para conseguirlo, debe hacer un pequeño viaje: “Tengo que ir a buscar a la persona allá donde se encuentra”. Esto significa que, si la persona está triste, una canción muy alegre le puede provocar rechazo. “La primera música con la que me acerque, debe conectar con su estado de ánimo. Si no lo hago así, puede generarse un bloqueo que imposibilita el trabajo. Si la persona está triste, empiezo por una canción lenta en tono menor, y una vez la persona se siente segura en su tristeza, podemos ir variando, quizás introduciendo una tonalidad mayor, quizás aumentando el ritmo de la canción, o ambas cosas simultáneamente.”
Para regular la agresividad y la angustia, son muy útiles los instrumentos de percusión. “Yo les pregunto: ‘¿Cómo suenas hoy?’ y dejo que toquen.” A partir del ritmo del paciente, se propone una alternativa rítmica, ya sea con instrumento o con percusión corporal.
“Para mí, es importante favorecer la ternura y la coregulación. Cuando un niño no puede regularse, necesita la proximidad de sus padres, pero a través del uso de canciones de cuna o de canciones que los padres le han cantado cuando eran pequeños, trabajo la contención facilitada por esta música. Muchas veces lo combinamos con una aproximación corporal, sentando al niño o niña en su regazo, murmurando la canción con la letra M, jugando con la vibración... De hecho, el primer sentido por el que nos llega la música es a través del tacto, de las vibraciones a través del útero materno. La memoria del feto está en nosotros.”
Según Mateu, la musicoterapia y el uso del juego pueden parecer “idiomas poco serios”, pero son muy necesarios porque conectan con todo lo humano de forma muy directa. “Qué pena hay un día que desconectamos del juego y de la música. Son los principales medios de aprendizaje en la vida, cuando somos pequeños aprendemos a vivir jugando y cantando. Cantar es el primer medio de regulación emocional y expresión de necesidades. El llanto del niño es una melodía, se puede distinguir su rabia del hambre o del sueño, o de la necesidad.”
En situaciones en las que ya parece que nada hay que hacer, con la intervención de la musicoterapia las familias han sentido que podían hacer algo. “Recuerdo el caso de una paciente de tres años que finalmente murió. Sólo dando palmadas y cantando una canción que la hacía sonreír, los padres ya estaban haciendo algo por ella.”
Cantar o golpear son acciones que nos conectan. “Son cosas que las tribus del mundo que llamamos 'no civilizado' no han perdido. Han sabido conservar algo esencialmente humano. En algunas tribus, cuando nace un niño, le cantan una canción específica para él, y esa canción le volverán a cantar en los momentos más decisivos de su vida, o cuando atraviese un momento de graves dificultades. La música es un vehículo de rescate de tu esencia y tu dignidad como persona. Y también puede ser una vía de legado. Puedes dejar una canción, escrita o grabada.”
Mateu también acompaña procesos de luto. Especialmente, utiliza dos canciones: una específicamente dirigida a pérdidas de hijos, “Agua de estrellas” (es un tipo de canción llamada “canción medicina”), y otra para cualquier tipo de duelo, “Un último adiós” (' One last goodbye' de Anathema, que es adaptada del inglés al catalán).
Para Mateu, la música, como el juego o las historias, son vehículos que nos acercan y hacen más fácil estar presentes con los demás y con uno mismo. “Facilita estar aquí y ahora. Y esto sana, cura.” La música también nos hace mostrarnos abiertos y disponibles, "que es lo que los niños enfermos necesitan: disponibilidad y apertura, que sus padres estén disponibles y abiertos a la experiencia en toda su dimensión".
Cantar es una forma de ayudarles a ser niños hasta su último día, porque ésta es su esencia. Y allí encontraréis a Mateu Ubach, curando y acompañando a los niños con su música cuando una familia lo necesite
► La musicoterapia se consolida dentro del programa de cuidados paliativos de la Fundación.
TEXTO y FOTO: Òscar Marín